La dama no quiere morir

La primavera tardaba en llegar. Hacía mucho frío en Nueva York. Los meteorólogos de tres periódicos pronosticaban que nevaría aquel día. Otros dos decían que el descenso de temperatura no sería suficiente para que nevase. Un sexto se mantenía neutral. Podía nevar o no podía nevar. Era el que tenía más talento. Yo tengo también talento y por eso quise ser investigador privado. Un error. Un enorme error, hermano. Si tiene talento, no se dedique a investigar al prójimo porque se encontrará con mucha basura. Y eso de tener la nariz con olor a podrido resulta malo. Llevaba tres semanas sin un cliente. No, ninguna hermosa pelirroja había venido a abanicarme las pestañas. Ninguna rubia atractiva había venido a mi despacho para cruzar los brazos bajo los firmes senos y decirme: «Amor, búsqueme a mi marido y, si no lo encuentra, mejor, porque yo voy a heredar en grande». No, nada de eso había ocurrido.